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LA FENICE Revista

ACERCA DE LA OPERA

ACERCA DE LA OPERA

      En alguna ocasión, si por casualidad salió a la conversación la ópera, he escuchado, a modo de frase lapidaria, algo parecido a “la opera es como el teatro pero con música”.

      Dejando aparte el hecho evidente de que algo tan extraordinariamente complejo como la ópera no podría jamás resumirse con unas palabras, pienso sinceramente que tal aseveración no es exacta, ni mucho menos completa. Por otra parte, la ópera necesita una predisposición, un “esfuerzo”, por parte de la persona para acercarse a ella y por tanto sucede con frecuencia que se desprecia sin conocerla. Además, existen circunstancias que después señalaremos, que hacen más distante, si cabe, la relación entre el oyente y la obra. Estos sencillos comentarios van en el sentido de intentar romper esa barrera imaginaria que hace impenetrable el maravilloso mundo de la ópera.

      Un trabajo manual puede hacerse en muchísimos casos de forma mecánica, como por inercia, casi sin atención, pero el hecho de escuchar, asumir, comprender y, sobre todo, disfrutar de una ópera necesita, como decíamos antes, de una predisposición muy especial; hay que “dejarse” penetrar en la obra. Quizás este punto sea el más importante, dado el enfoque del artículo, porque si se salva, el disfrute está garantizado. El arte, a mi modo de ver, no existe si no hay comunicación.

       La música de la ópera es muy específica, es como un lenguaje teatral y lo realmente importante es que consiga evocar y transmitir la personalidad interior de la obra teatral, intensificando e incluso creando ella misma la situación dramática. Podríamos decir que la ópera no es una obra de teatro CON música, sino una obra teatral EN música.

      La música se alía con la palabra para poder crear mejor esa especie de “cuerpo dramático”. Sin la palabra, la música de la ópera sería como un espíritu sin cuerpo y sin embargo, una vez que en un texto se ha esbozado un personaje, la música se hace cargo de él y lo desarrolla mucho más de lo que las propias palabras llevan implícito.

      En la ópera, la música se apoya en un texto conceptual, en unos textos expresivos y en unos movimientos, pero con ella se puede obtener una intensidad expresiva que no tiene paralelo en el teatro hablado. Las situaciones se ven como aumentadas. El argumento es el marco que necesitamos para situar la acción, pero lo realmente importante es la fuerza constructiva, formal y expresiva de la música.

     La música en una buena ópera nos da algo que a la vez precede y sobrepasa al concepto concreto del drama; parece como si los sentimientos que se expresan quedasen diluidos en melodías, armonías, ritmos, etc. que quizá por sí solos no tendrían sentido conceptual. En la ópera se aprovechan de una forma dramática los momentos psicológicos.

     Desde otro punto de vista, la relación entre el texto y la música es muy superior a la de la simple declamación musical de las palabras y en esto es donde la ópera difiere tan claramente del teatro hablado en sí.

      En la combinación de texto y música, el papel de esta es fundamental y supera con mucho las simples palabras o las impresiones. Cuando la música aparece con todo su esplendor, el texto queda relegado a un segundo plano y sin que esto signifique, ni mucho menos, que el libreto no tenga importancia. La mayoría de las letras de los textos son “borradas” por la música. Pensemos que muchísimas veces escuchamos arias maravillosas, desde cualquier punto de vista que se quiera y sin embargo ¡no sabemos lo que se está diciendo literalmente! La música se ha “comido” el texto.

      En “La Flauta Mágica”, Tamino se enamora de Pamina cuando ve su retrato y canta un aria de gran belleza, pero no nos fijamos demasiado en lo que dice, simplemente porque la música está íntimamente relacionada con los sentimientos que evoca el enamoramiento y es tan conmovedoramente bella al transmitir los anhelos del joven, que los detalles, las palabras propiamente dichas resultan casi superfluas.

       En otro orden de cosas, una de las objeciones en contra de la ópera atañe a la frecuente repetición de las frases y palabras sueltas. Estas repeticiones de fragmentos textuales son tan ajenas al espíritu del drama hablado que solamente han podido surgir en un género que realmente no está interesado en una explotación directa y literal del texto.

     Abundando en las objeciones a la ópera tal vez el obstáculo principal para el profano, acostumbrado al teatro hablado, sea el predominio de las situaciones antinaturales. Aveces un aria se desarrolla y finaliza de tal forma que, desde un punto de vista del autentico teatro, raya en lo absurdo.  El héroe, herido mortalmente, se las compone para cantar un aria larguísima, con resonantes agudos, antes de morir y en vez de ir en su ayuda los que están en el escenario se reunen a su alrededor para escuchar el aria. Estas incongruencias han dado pie a que la ópera haya sido criticada en no pocas ocasiones.

     Sin duda alguna, todas estas objeciones tendrían fundamento si viésemos la ópera con la creencia errónea de que ha de tener una continuidad totalmente razonable, la misma lógica de causa y efecto que en un drama hablado. Mientras nuestro planteamiento sea lógico y congruente a la hora de escuchar una ópera, difícilmente disfrutaremos de ella en su totalidad. El problema viene a ser el mismo que si a alguien no le gusta la pintura de Picasso porque sus retratos tienen los ojos a distinta altura.

     Afortunadamente y en términos matemáticos, en ópera dos más dos no suman cuatro. Simplemente se trata de dejar correr un poco la fantasía, que dado los tiempos que nos ha tocado vivir de materialismo y encasillamiento, no nos vendría mal. Cualquier arte que se precie de serlo necesita echar mano de la fantasía y la ópera, claro está, no iba a ser menos.  

   

                                                           Mario Gomis.

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