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LA FENICE Revista

GIUSEPPE VERDI

            Aquel día, toda Italia quedó conmovida. En Milán, el 27 de enero de 1901, fallecía Giuseppe Verdi a los 87 años de edad.

            Las expresiones de sentimiento profundo y de pérdida, se mezclaban con el reconocimiento de la talla colosal de Verdi, como persona, como músico y como italiano, ya que no había vivido simplemente una época histórica de la nación sino que, en cierto modo, había participado y definido la misma.

            Cuando murió, el senado italiano y la cámara de diputados se reunían para rendir tributo al gran hombre, y aunque él siempre quiso que fuese de gran sencillez su entierro, el estado de ánimo de la nación exigía un homenaje más en consonancia con quien fue una de las figuras más destacada del siglo XIX en Italia.

             Las multitudes se agolpaban en las calles, los comercios y la vida social mantenían días de luto y los teatros se afanaban por rendirle culto artístico al eminente compositor. Miembros de la realeza, político, cónsules, compositores, todos asistieron a dar el último adiós a Verdi.

             Cuando se produjo la muerte (mucho antes en realidad) su fama era universal. El inmenso prestigio lo alcanzó sin duda gracias a sus logros artísticos, ampliamente reconocidos, pero también a la identificación con el espíritu de su propio pueblo, al que además de complacer artísticamente, le había inspirado y emocionado con su música durante cincuenta o sesenta años.

             La ópera italiana en el siglo XIX fue, además de un arte culto, un verdadero entretenimiento popular, y esto Verdi supo combinarlo con singular maestría. Su nombre se había convertido en sinónimo de patriotismo italiano, alcanzando una gran reputación como hombre del pueblo, que asciende desde sus orígenes humildes hasta posiciones prominentes en la cultura de Italia.

              Con la aparición en escena de la música de Wagner, se revolucionó el discurso musical occidental y sin duda alguna marcaba los pasos a seguir. La ópera, como todo arte, evolucionaba hacia nuevas fronteras, llegándose a desdeñar la figura de Verdi como algo que ya pasó, un compositor de bellas melodías, sin enjundia. La llegada del “Verismo” traería consigo, como consecuencia, el que los enfoques dramáticos y el lenguaje musical de una gran parte de su producción pareciesen anacrónicos. 

              Con Wagner “de moda”, y con la ópera italiana enmarcada en un nuevo rumbo, el arte de Verdi de apoyo crítico e intelectual. Sólo alguna de sus obras seguía gozando del reconocimiento de antaño.   Unos veinte años después de su muerte llega el resurgimiento de su obra. En Alemania, de la mano del escritor Franz Werfel, con sus traducciones, sus críticas y sus ayudas a las representaciones, se consigue reconducir la obra de Verdi hacia un clima favorable. Obras que hacía cuarenta años que no se representaban volvían a hacerlo, y así la figura de Verdi alcanzaba el puesto que por méritos propios le correspondía.

             El nuevo paisaje cultural ya no veía su trayectoria musical como una sencilla línea de progresión, y los elementos distintivos de las primeras obras de juventud pudieron apreciarse como artísticamente válidos por si mismos. La reposición de todas sus obras y la nueva visión crítica de las mismas han hecho que la música de Verdi se conozca mejor y sea considerada hoy en día en mayor estima desde todos los puntos de vista, como nunca lo fue.

          Para valorar este triunfo final de Verdi, nada mejor que verlo desde un país como Alemania, en donde la maciza figura de Wagner chocará de frente o soslayará al “intruso” de Verdi. Los alemanes sentían cierta prevención por este italiano que desafiaba a su gran reformador de la ópera, aquel que pretendía elevar a ésta al rango superior de “drama musical”. Pasados esos años, hacia 1920, les pareció una música irresistible aun estando muy orgullosos de su herencia sinfónica sin rival alguno. Los críticos que hacían objeciones lo hicieron más por perplejidad que por hostilidad, aunque no admitían fácilmente esas arias y dúos que consideraban como un pasado musical muerto, en contraste con las innovaciones y la profundidad de Wagner.

         A diferencia de los románticos, sobre todo los alemanes, Verdi no buscó refugio en la metafísica ni en los simbolismos, tratando de evitar lo sobrenatural. A sus libretistas les pedía temas osados y personajes únicos, porque quería hacer algo más que contar una historia; quería crear auténticos seres humanos con la voz. Al estar Verdi más interesado en los personajes que en los acontecimientos, sale victorioso de muchas de las dificultades creadas por la incompetencia de sus primeros libretistas. La precisión histórica y filológica, tan queridas por Wagner, no le importaban demasiado a Verdi, y por decirlo de forma llana sólo le interesaba el qué y el cómo asumía el oyente lo que quería trasmitirle. Solo al final de su vida encuentra a Arrigo Boito, un alma afín, libretista y compositor con cuya ayuda alcanzó la cima del drama en música: OTELO. Y ya con 80 años aborda de forma magistral la comedia: FALSTAFF.

          Giuseppe Verdi había nacido en la aldea de Roncole, cerca de Busetto, próxima a su vez a Parma. Hijo de una familia muy humilde de posaderos, no fue precisamente un niño prodigio, y poseía un carácter bondadoso, apacible y sumamente reservado. Mostró desde pequeño inquietudes musicales, lo que motivaría a sus padres a confiar al organista de la iglesia de Roncole, Baistrocchi, las primeras enseñanzas musicales con el fin de ocupar su puesto. Un año después el organista declaraba a sus padres que ya no podía enseñarles nada, pasando de monaguillo a organista, cargo que ocupó hasta los 18 años. Un violinista ambulante llamado Bagasset se dio cuenta de las dotes excepcionales del muchacho, sugiriendo a sus padres la conveniencia de ampliar sus estudios artísticos y culturales. Marchó, pues, a Busetto a ampliar estudios pero siguió siendo organista., por lo cual recibía un sueldo, modesto desde luego.

                A la protección entusiasta de Antonio Barezzi debe en gran parte su carrera gloriosa. Próspero comerciante, a su espíritu práctico unía una marcada inclinación artística. Aficionado a tocar varios instrumentos de viento, solía organizar veladas musicales en su propia casa. Amigo de sus padres, facilitó esta circunstancia el hecho de que frecuentase esas reuniones, que acogían a su vez a la sociedad filarmónica de Busetto. El director de la misma, Fernando Provesi, tomaría a su cargo la educación musical del joven Verdi.

           Marcha Verdi a Milán, intentando estudiar en su conservatorio, pero su piano lo impide; es rechazado por no alcanzar el nivel exigido. Bajo el amparo de su protector, estudia con Lavigna, reputado maestro con quien sí alcanza un nivel notable. En 1839 estrena su primera ópera, OBERTO, CONDE DE BONIFACIO, y en 1842 NABUCCO, con éxito extraordinario. Llegarán los contratos y lógicamente la prosperidad económica. Con las ganancias de su ópera LUISA MILLER compraría una finca cerca de su añorada ciudad natal. Allí compondría las tres óperas que le reportarían la fama universal. RIGOLETTO, IL TROVATORE y LA TRAVIATA: la trilogía romántica verdiana.

          RIGOLETTO, basada en la obra de Víctor Hugo, fue presa de la censura, y Francisco I tuvo que ser reemplazado por el Duque de Mantua (en la ópera). También en UN BALLO IN MASCHERA sucedió algo parecido: un fallido atentado contra Napoleón obligó a cambiar el lugar de la escena y Gustavo III sería sustituido por un gobernador de colonias. Con estas óperas Verdi se convirtió en un verdadero ídolo de masas, y toda Italia cantaba por doquier sus arias a los pocos días del estreno, y sobre todo el famoso “donna e mobile”.

          En la época que compuso IL TROVATORE, basado en la obra del español García Gutiérrez, Verdi pasaba una época especialmente triste y poco dada a la inspiración. Muere su madre, gravemente enfermo su padre, pierde a su querido amigo y libretista Cammanaro. Fue acusada de ópera triste y lóbrega, pero sin duda las arias confiadas a la gitana Azucena son de las más bellas y patéticas escritas por un músico.

         LA TRAVIATA, sin embargo, no fue muy bien recibida en su estreno. Innovadora, desconcertó al público veneciano que asistió al mismo. Quizás el vestuario no ajustado a la época que quería representar, fuese el culpable de la poca aceptación, por lo que en sucesivas actuaciones volvieron a la indumentaria de “La Dama de las Camelias”, de Alejandro Dumas, de donde está basada la ópera.

           Llegan grandes estrenos mundiales; Europa y América representan sus obras en los teatros más importantes. En 1862, en San Petesburgo, se estrena LA FORZA DEL DESTINO. Los músicos rusos no se lo pondrían fácil para triunfar. Poco después también fue programada en Madrid esta ópera basada en la obra del Duque de Rivas “Don Álvaro o la fuerza del sino”. En 1867, en París, se inauguraba DON CARLO. Cuando la emperatriz Eugenia, ofendida por los conceptos heréticos de uno de los personajes, volvió la espalda al escenario, fue como si toda la nobleza de París condenase la ópera. Las bellísimas páginas musicales de la ópera demuestran que si hubo algún culpable fue el libretista, no el músico.

           Para solemnizar la inauguración del canal de Suez, el bajá Ismail, jédive de Egipto, le invitó a escribir una ópera. Esta fue AIDA. El 24 de diciembre de 1871 se inauguraba en El Cairo, con Teresa Stolz encarnando el personaje principal. En Londres, ésta, rehusó asistir al estreno en el Coven Garden, porque eligieron a la Patti como solista en vez de a ella, en la misa de Requiem que había compuesto a la memoria de  su gran amigo Manzoni. El triunfo de AIDA fue rotundo y definitivo en todos los teatros donde se representó; salir a escena decenas de veces en cada representación era lo normal.

            La extraordinaria personalidad musical de Verdi nos eclipsa un tanto su vida íntima, que la tuvo y con qué intensidad. En 1836 contrae matrimonio con Margarita Barezzi, su dulce amiga de la infancia e hija de su protector. En poco tiempo, de hecho fue una época terriblemente triste, fallecían su mujer y sus dos hijos muy pequeños, Virginia e Icilio. Fallecida su primera esposa, celebró nuevas nupcias con Josefina Strepponi, reputada interprete de NABUCCO, por la que Verdi sentía gran admiración y que se convertiría después en sentimiento profundo.

          Margarita Barezzi fue el amor puro de su juventud; Josefina Strepponi el cariño sereno de su madurez. Con una y con otra, Verdi se sentía feliz en su vida familiar.

            En OTELLO, la labor de Verdi es más sutil que en AIDA, pues él mismo estaba más interesado por las sutilezas de la verdad psicológica que cuando compuso AIDA. La magia de OTELLO reside en la elocuencia de la música misma, reflejando cada detalle e iluminando cada situación. La gran obra de Shakespeare, con un estudio profundísimo de los celos, es tomada por Verdi como base de una de las más grandes óperas compuestas jamás. He oído decir muchas veces que la ópera es “teatro con música”, pero aquí se ve claramente lo contrario, es música hecha teatro.

              Cuando se estrena OTELLO, Verdi contaba ya 73 años y podía pensar, con todo merecimiento, en el descanso, pero “Las alegres comadres de Windsor”  le tentaron con su coquetería y su vivacidad y el anciano compositor crea la inmortal ópera FALSTAFF. El que fue llamado “El Shakespeare de la música” acabó su labor creadora con un argumento del mismo. Con ella, Verdi a los 80 años, asombraba al mundo.

          Junto a sus voluntades personales y sus disposiciones financieras, orientadas de forma que permitieran utilizar su inmensa fortuna del modo más favorable para los músicos desamparados, Verdi dejó también un escrito que puede considerarse como su testamento artístico, resumiendo de alguna manera su acción, su carrera y el sentido de toda su vida. Dicho escrito es el siguiente:

              “Yo hubiera querido poner, por así decirlo, un pie sobre el pasado

       y otro sobre el presente y el futuro, pues la música del porvenir

       no me da miedo. Yo hubiera dicho a mis jóvenes discípulos:

       Ejercitaos en la fuga de una manera constante, obstinadamente,

       hasta que vuestra mano se haya hecho lo bastante libre y fuerte

       para plegar la nota a vuestra voluntad. Aplicaos también a componer

       con confianza, a disponer bien las partes y a modular sin afectación.

       Estudiad a Palestrina y a algunos de sus contemporáneos, a

       continuación pasad a Marcello y poned vuestra atención   

       especialmente en el recitativo. Asistid a algunas representaciones

       de obras modernas sin dejaros deslumbrar por las numerosas 

       bellezas armónicas e instrumentales, ni por el acorde de séptima

       disminuida, escollo y refugio de quienes no saben escribir cuatro

       compases sin emplear media docena de esos acordes. Haced

       vuestros estudios adquiriendo al mismo tiempo una gran cultura   

       literaria. A lo que añadiré finalmente:   

       Y ahora poneos la mano sobre el corazón y admitiendo que poseáis

       un temperamento artístico, seréis compositores.”


        En adelante su vida pertenece a la historia, su obra ha entrado a formar parte del patrimonio del arte. Pero mientras quede sobre la tierra un ser dotado de sensibilidad, capaz de amor, de celos, de sufrimiento, podrá pedirle y encontrar en ella su parte de verdad. Pues aunque evidentemente Verdi no creó  “el mayor acontecimiento de todos los tiempos”, ni siquiera “de toda la música”, fue, es y seguirá siendo un momento  alto, grande y noble en el tiempo, así como un ejemplo.

 

 

                                                            Mario Gomis                    

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