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LA FENICE Revista

MUSICA CONTEMPORANEA

MUSICA CONTEMPORANEA

 

  En abril de 2011 aparecía en esta misma revista un pequeño artículo que se titulaba “La Moderna Música Clásica”. Intentábamos narrar, de manera muy sencilla, la evolución de esta música, digamos desde la escuela de Viena – SCHOEENBERG, BERG, WEBERN- hasta nuestros días. Recuerdo los comentarios que hacía sobre las dificultades que personalmente tenía para “entrar” en esta música de forma auténtica, sin snobismos, por supuesto.

  De alguna manera este artículo quiere enlazar con aquel, reflexionando sobre esas dificultades, que son culpables de que suceda algo tan paradógico como es el admitir lo pasado y rechazar lo que se compone actualmente. En las artes plásticas, es curioso, no sucede lo mismo y los pintores y escultores de los últimos movimientos son los que dominan ¿el arte?, por lo menos el mercado.

  Sólo encuentro la explicación en el carácter material o espiritual de cada arte. Los cuadros se los puede llevar cualquier patán a su casa, haciendo “inversión” en arte; en música la cosa es distinta.

  Aunque sólo sea por cuestiones de marketing, es evidente que la música pop, rock y demás manifestaciones de esta índole cultural, absorben totalmente a la clásica, aunque a esta se le inventen todos los “Años Mozart” que quieran y los grandes tenores se desgañiten por los grandes escenarios del mundo, con conciertos populares. La poca formación técnica que en general poseemos, seguramente nos hace ser simples melómanos, que disfrutamos del barroco, clasicismo y sobre todo, romanticismo, pero aquí nos quedamos estancados. Cuando llegamos a la música del siglo XX, comienzan las dificultades. El desconcierto ante esta música es manifiesto y aquí está la pregunta, ¿por qué ese rechazo esta música?

  Bartok, Poulenc, de Pablo, Berg, etc… y una larguísima lista de nombres ilustres son compositores de una calidad extraordinaria, que en la discoteca de un aficionado difícilmente se encuentran sus obras, exceptuando aquellas que podríamos catalogar de “asequibles al oído”.

  En cada compositor hemos de intentar buscar lo que realmente quiere decirnos, por la sencilla razón de que son distintos y cada uno tiene su propio lenguaje, digamos que su propio “sonido”. Si intentáramos encontrar los mismos sonidos, los mismos acordes, el mismo tipo formal de melodía que cuando escuchamos a los grandes maestros de antaño, seguiremos encontrándola “rara” , sin ningún contenido aparente. Quizás aquí tengamos la solución al problema planteado.

  El tratamiento que un compositor actual da a un tema musical es completamente distinto al que dio Mozart a los suyos, por ejemplo, pero por ello no es uno mejor o peor que el otro. Aquellos planteamientos quedaron ya obsoletos para nuestros días. Sin embargo la música de Mozart sigue siendo “intocable”; fue y sigue siendo sencillamente maravillosa, pero en su contexto.

  Los clásicos no tenían por aquel entonces el recurso de las disonancias y ahora, sin embargo, aparecen frecuentemente en las obras. Para los melómanos sonarán a estridencias, pero, ¿no será que nuestro oído todavía no está preparado para estos sonidos? ¿no será que no estamos preparados para recibir este mensaje musical? Mucho me temo que es así.

 Los clásicos, y sobre todo los románticos, nos inundaron de bellísimas melodías, de esas que podemos denominar “cantables” y, claro, todo lo que no se asemeje a ello nos va a resultar extraño e incomodo.  La reacción es inmediata; la rechazamos sin analizar la situación y tan contentos. Las melodías en la música contemporánea están patentes, existen, cómo no, pero quizás por sus dificultades técnicas, por ser sincopadas, por ser fragmentarias o por otros motivos nos resulta mucho más complejo poderlas descubrir y desde luego asumirlas y disfrutarlas.

  Cuando un compositor tiene auténtica categoría, la calidad de la composición está asegurada y esa expresividad, ese dramatismo está inmerso en ella para quien sepa encontrarlo. No es música “pegadiza” necesita quizás de muchas condiciones para llegar a la conclusión de que posee todos los ingredientes de una gran obra, digna de permanecer por los siglos en el patrimonio musical.

  Personalmente, en los últimos años he cambiado bastante los planteamientos ante una obra moderna. Hace muchos años quería escuchar un cuarteto de Bartok con la misma predisposición que ante uno de Haydn. El resultado fue nefasto. Durante años me sentía reacio a cualquier música que “oliese” a moderno. Llegar a desprenderme de la idea persistente y a la vez constante, de identificar la música con el clasicismo-romanticismo ha sido lo único que me ha permitido poder escuchar música moderna  desde un plano más humilde, como admitiendo que algo me quiere decir pero yo no acabo de comprender. Rechazar la sobras que no acomodan a tu persona me parece que no es una postura muy inteligente.

  Otra de las grandes dificultades de comunicación, que se le achaca a la música contemporánea es la frialdad, la falta de sentimientos. A los que así piensan les invito a escuchar una ópera, o una selección por lo menos, de una de las más importantes de todo el siglo XX. El WOZZECK de Berg.

  Procuraremos acercarnos a él sin perjuicios, sin ideas preconcebidas, sin esperar a la soprano de un momento a otro con sus gorgoritos. La expresión dramática, la humildad que transmite es difícilmente localizable en ninguna ópera escrita. Wozzeck no es un héroe atractivo a la antigua usanza, más bien es el drama del anti-héroe, un soldado raso que asesina a su mujer, suicidándose él después. Discurre de una manera perfecta hasta los últimos acontecimientos, escalofriantes y sobrecogedores. Los sentimientos son de una extrema crudeza, las fuerzas interiores salen con violencia del alma de una persona oprimida, intentando inútilmente encontrar su expresión. La tensión que se crea aparece en una música de gran fuerza cuya belleza oscura y tenebrosa se apodera del público.

  Intentar ver y escuchar esta ópera desde unas coordenadas románticas sería un dislate del calibre de comparar la pintura de Velazquez con la de Miró, por ejemplo. Sencillamente, no se puede.

  Los planteamientos románticos fueron agotándose paulatinamente y a principios del siglo XX  sus esquemas empiezan a no ser aprovechables a los compositores. Comienza una transición profunda. La literatura evoluciona, la pintura también; todas las artes rompen con el siglo pasado. Y ¿la música?, pues también, claro que sí.

 Cuando al escuchar una pieza de nuestros días quedamos defraudados, insensibles, rechazándola, comparándola siempre con nuestro modelo, sería más oportuno y rentable plantearlo desde nuestra inadaptación, desde nuestra insensibilidad al idioma musical que nos ofrecen.

  En realidad, creo que somos un poco injustos con la música contemporánea clásica, porque en el teatro o la literatura queremos que sacudan nuestros sentimientos y sin embrago con la música preferimos la que se amolda mejor a nuestras “necesidades espirituales” y que nos relaje hasta conseguir casi dormirnos o transportarnos por lo menos a un estado onírico; ¿por qué?, por simple acomodación.

  No me parece coherente en absoluto, el hecho de comprender y disfrutar de la música de tiempos pasados y no sentir ni tan siquiera la menor necesidad de acercarse, aunque sea de puntillas, a la música que los grandes compositores nos ofrecen hoy.

  ¿Será el marketing que nos inunda de selecciones de óperas supertrilladas o de obras populares de Mozart, el culpable de que los actuales compositores sean ignorados? Quizás.

  ¿Será la falta de preparación musical – me refiero a la sensibilidad, no al solfeo- de la juventud la que hace que no se reconozca la calidad compositiva de los grandes músicos actuales? Pues, quizás.

  Lo bien cierto es que por unos motivos u otros, el desconocimiento, la desconexión que tenemos con la música contemporánea es muy grande.

  ¿Recetas para solucionar el problema? Ninguna de inmediato, ninguna mágica. Cuando los planes de estudio de las enseñanzas primaria y secundaria se dignen tomar en consideración la música, quizás entonces todo pueda empezar a cambiar.  A los niños hay que hacerles “entrar” en este mundo maravilloso y fantástico, pero por convencimiento, por gusto, y nunca como una asignatura que se aprueba o suspende. La pasión y el amor por el arte no se puede transcribir a un boletín de notas.

  Creo que fue Julio Cortázar –y si no lo es (pues) da igual- quien decía una frase que viene como anillo al dedo para resumir la situación planteada. “Hay que vivir desacostumbrándonos”   

 

                                               Mario Gomis.

 

(En la foto superior, Boulez).

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